mayo 18, 2024

Luz andante

Paseo Colón. Diván de historias

Avanza entre los adoquines con ritmo sostenido, sus pasos liberan un poco sus pensamientos. Como ditirambo, percuten y hacen bailar su cuerpo con la cadencia del hueso que se une a la tierra. Su mente salta de paso en paso y vuela en las manos que balancean su movimiento. La ropa flota sobre el aire que le envuelve y refresca el rostro. Presencia errante que amenaza precipitarse de la calma al llanto.

 

Sostiene su andada y con ella la espalda firme, el paso seguro, como último orgullo dispuesto. La frente mira la vereda que percuten las piernas, lucha por afirmar en cada golpe la fortaleza que aún habita la carne y busca inducir al ánimo. Orgulloso con el poco garbo que aún puede mostrar, intentando que los recuerdos no terminen por despojarle de las pocas ideas claras que aún lo sujetan a la cordura.

Escribió una carta y fue contestada. Desató su marejada y chocó en el acantilado. Lo que pudiera haber logrado con ella no importaba, pues ya estaba consumado, él tenía que decir, tenía que soltar. Desde el primer golpe de tecla, y desde que supo y no intervino, había renunciado ya interrumpir esa historia. Como quien dice “baja el río” para afirmar un curso que avanza y no navega.

Sin embargo, más por amor a sí mismo que por etiqueta, en verdad no dijo todo ni lo que provocó su voz, sólo escribió lo que fluía de sus recuerdos, por fidelidad a sí y a su memoria. Ya los chismes habían perturbado la poca paz que aún poseía. Reprochó sólo lo que le constaba, alegó únicamente lo que había padecido, ¿qué sentido tenía invocar hechos más tristes que los que podía, por sí mismo, relatar?

¿Para qué tantos escrúpulos por memorias nebulosas?, ¿para qué aderezar armaduras viejas, espadas rotas, veredas borradas por la maleza? Mira en torno de sí, después de tanto entregarse a sus desesperanzas y deseos, a historias vividas o planes sin obras. Sólo de elevar la vista, abandona las fotografías y los relatos, las reliquias y los vestigios, el ritmo se reviste de melodía.

Unido a su aliento, al corazón que lo domina; entregado a lo que expira, precipitado en lo que aspira. Una serpiente avanza por la avenida, se aproxima a él. El tiempo la envuelve y asegura su paso, le abre la oscuridad para herirla de resplandor. Y detrás de ella se escurren muchas más, cuerpos sutiles que se amoldan a los accidentes del asfalto.

Cuando llegan a él, pasan de largo; pero de lejos, con su potente ponzoña, lo envenenan de luz. Los siseos le hipnotizan y su velocidad le anima. Recupera el ánimo que había perdido y de pronto, sin esperarlo, el color de su propia piel de ha extendido, las losas, las flores, las farolas y las lámparas, las corrientes de color que atraviesan el aire.

Más que consuelo, más que paz, el repiqueteo de sus cascabeles le agita, le impulsan desde dentro y lo mueven a bailar, la marcha militar se convierte en canto de olas de fuego, batiendo el mar de la noche. Revive.

Abraham Martínez

Toluca, enero de 2017

 

José Abraham Martínez Maldonado

Productor plástico y académico egresado de la Universidad Autónoma del Estado de México. Maestro en Humanidades. Su trabajo engloba la práctica artística, la escritura y la investigación.

 

Se desempeña en la docencia del arte, las humanidades y el diseño desde 2008. Gestor e instructor en los Diplomados en Historia del Arte en el CCU “Casa de las Diligencias” desde 2015. Premio Arte Abierto, Arte para todos, 2011. Becario FOCAEM, 2010.

         

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